THE PICTURE

             A día de hoy aun recuerdo aquel cuadro del salón de la antigua casa de mis padres. Me  recuerdo acostada en el sillón marrón de cuero con aquel tapizado horrible, suave y entrañable, ese tapizado de terciopelo beige y marrón donde solía saltar cuando nadie me miraba.

            Recuerdo también de una manera muy clara que cuando ya me consideraba demasiado mayor para saltar sobre el sillón del salón, me acostaba sobre el a mirar el cuadro que lo coronaba y que coronaba a su vez toda la estancia… Era uno de esos cuadros grandes con grandes marcos de un estilo pseudo rococó que rozaba lo Kitsch, el cuadro representaba un paisaje campestre con un molino de agua y una cabaña, era un óleo, de esos cuadros que tenían la función de decorar un salón ni mas ni menos, porque ni mis padres tienen idea de arte ni les gusta el arte, era una manera de rellenar un hueco que había que cubrir, como han hecho con todo en sus vidas.


            En una de esas ocasiones en las que con 12 años y el uniforme del colegio puesto, me pasaba la hora de la merienda mirando fijamente al cuadro mientras comía aquellas galletas rellenas de chocolate, chupando la crema de cacao del interior (quien no lo ha hecho alguna vez). Ahora me parece algo extraño, si no estuviese tan claro en mi memoria jamás creería que mis pensamientos sobre aquel futuro (ahora presente) en aquellas edades pudiera ser tan diáfano.


Mirando fijamente aquella gama de verdes que formaban el prado de la escena del cuadro, tan fijamente que llegaba a mezclar los colores hasta que solo se podía distinguir una mancha en tono verde hoja mientras mi cabeza se evadía pensando que seria de mi en el futuro, como seria en aquella fecha tan lejana de 2000, ese siglo XXI de película de ciencia ficción donde tendría 20 años… Lo trágico de ese recuerdo era como todo lo que podía conseguir imaginar es que me despertaba de un sueño, que toda mi vida había sido eso, un sueño, una alucinación, un momento de inconciencia… eso era todo lo que lograba sacar de mi cabeza, que no quería o no podía tener un futuro o bien mi cabeza me lo negaba, es paradójico que si bien en mi infancia inevitablemente vivia el presente, ahora odio irracionalmente esa misma filosofía de vida, quizás porque no haber tenido alicientes, sueños de futuro a esas edades me hace buscarlos y desearlos ahora. El tener una meta segura, un rumbo, eso es lo que marca mi vida, encontrarlo depende de que vuelva a mirar un cuadro de un paisaje verde y conseguir con ello volver a fundir los colores…

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